ESTAS RUINAS QUE VES
Francisco Aldebarán, profesor de literatura
Enrique Espinoza, profesor de filosofía-Sarita, su esposa y amante de Aldebarán
Sebastián Montaña, rector de la Universidad
Carlos Mendieta, pintor
Isidro Malagón, historiador
Ricardo Pórtico, el único cuevanense civilizado
Doctor Revirado
La Rapaceja, esposa de Revirado
Gloria Revirado
Raimundo Rocafuerte
Referencias: caja metálica con tarjetas postales pornográficas, música de Percy Faith.
Introducción.
p. 9-10.
“Los habitantes de Cuévano suelen mirar a su alrededor y después concluir:
- Modestia aparte, somos la Atenas de por aquí.
Cuévano es ciudad chica, pero bien arreglada y con pretensiones. Es capital del Estado de Plan de Abajo, tiene una universidad por la que han pasado lumbreras y un teatro que cuando fue inaugurado, hace setenta años, no le pedía nada a ningún otro. Si no es cabeza de la diócesis es nomás porque durante el siglo pasado fue hervidero de liberales. Por esta razón, el obispo está en Pedrones, que es ciudad más grande.
- Los de Pedrones – dicen en Cuévano- confunden lo grandioso con lo grandote.”
“Todos están de acuerdo en que la ciudad ha visto mejores días (...).
- Esto que ve usted aquí –le dicen al visitante- no es más que un rastrojo de lo que fue.
A lo que el recién llegado debe responder:
- ¿Pero cómo rastrojo, si esta ciudad es una joya?
Si no dice algo por el estilo, corre el riesgo de ofender al anfitrión, porque la añoranza de bienes pasados que parecen tener los habitantes de Cuévano es falsa. En el fondo están satisfechos con la ciudad tal como está. Creen que no hay cielo más azul que el que se alcanza a ver recortado entre los cerros, ni aire más puro que el que sopla a veces con fuerza de vendaval, ni casas más elegantes que las que están cayéndose en el paseo de los Tepozanes.”
p.11.
“La ciudad está entre cerros, de los cuales, el más importante es el Cimarrón, que es distintivo de Cuévano. Los que nacieron allí y salen de viaje, saben, al regresar, que van acercándose a su ciudad natal al ver la cresta del Cimarrón, que se distingue desde el Plan de Abajo, a cuarenta kilómetros de distancia. Esta visión produce en los cuevanenses emociones profundas y variadas. A unos se les llenan los ojos de lágrimas, a otros el corazón les da brincos de alegría, otros, en cambio, aseguran que se les pone como puño cerrado, pero todos se vuelven lapidarios y dicen cosas como: ‘En México no soy nadie, en Cuévano, en cambio, hasta los perros me conocen.’
Pero si visto desde el Plan de Abajo el Cimarrón no es más que un cerro con cresta, aunque inconfundible, visto desde el lado opuesto, desde la presa de los Atribulados, con ojos devotos y entrecerrándolos, puede distinguirse en la cumbre, con toda claridad, la silueta yaciente del Cristo crucificado, con la corona de espinas en la punta del cerro y el pecho donde comienza el caserío.”
p. 13-15.
“ Pero dejando a un lado las minas para hablar de los cuevanenses, conviene advertir que los sabios que ha habido en Cuévano se cuentan por docenas. Los ha habido de todas clases y en todas las épocas. Unos son devotos, como el padre Carcaño, que escribió en seis tomos los Elogios de Nuestra Señora de Cuévano; poetas, como don Régulo Hernández, que inventó la combinación métrica para versificar llamada ‘la copa’, porque el poema, una vez compuesto y transcrito con cuidado, da sobre el papel el contorno del as de copas; filósofos, en su mayoría jesuitas, que fueron acumulando libros de teología hasta formar una de las bibliotecas más notables del país –cuando ocurrió la expulsión de la Compañía de Jesús, en tiempos de Carlos III, los expulsados tomaron precauciones para que la biblioteca no fuera mancillada por ignorantes, por lo que permaneció cerrada durante un siglo, al cabo del cual, los libros que no se desmoronaban al abrirse eran ininteligibles-; historiadores, como don Benjamín Padilla, autor de la más lúcida interpretación de nuestra Guerra de Independencia, interpretación que por desgracia ha quedado relegada al olvido, por no coincidir con la versión aprobada por la Secretaría de Educación Pública –don Benjamín considera que la Independencia de México se debe a un juego de salón que acabó en desastre nacional-; cronistas, como el presbítero Bóveda, a cuya pluma se deben las famosas Crónicas de Cuévano en las que se describen los sucesos más notables ocurridos en esta ciudad desde su fundación en 1540, hasta la muerte de su autor, en 1880, incluyendo episodios como la muerte de un médico, apellidado del Hoyo, que ocurrió a manos de una turba de pacientes enfurecidos.
Pero no solamente en las humanidades se han distinguido los cuevanenses, sino también en el conocimiento de las cosas materiales. (...) De entre los geólogos, el más notable es don Valentín Escobedo, que pasó sesenta años caminando por los cerros con martillito en mano. Los descubrimientos que hizo este sabio son muy notables: a él se debe el de que en la región de la Hilacha existen rastros de menonita cuarzosa, y el de que ciertos silicatos, sometidos a altas presiones y en contacto con agua carbonatada, forman las cristalizaciones en abanico conocidas en el mundo científico con el nombre de su descubridor: escobedita. Don Valentín pasó los últimos años de su vida dedicado a lo que podía haber sido su obra cumbre: el trazo de localización de lo que él llamaba ‘la Gran Veta, Madre y Maestra’, empleando un procedimiento de adivinación cuyos fundamentos se llevó a la tumba.
En el campo de las leyes la aportación de los cuevanenses es menos digna de nota. Esto se debe no a que la Universidad de Cuévano no haya producido jurisconsultos –al contrario, la ciudad está repleta de licenciados- sino a que los mejores entre ellos hicieron camino a México y no volvieron a la provincia. Uno de los pocos que siendo famosos regresaron, tiene triste memoria. Es don Pedro Alcántara, llamado también ‘la Zorra’, inventor no de leyes ni de interpretaciones notables, sino de procedimientos para evadirlas y violarlas impunemente. A él se debe la invención de los conocidos legalmente como sustitución de responsabilidades, perjuicio de homónimo y anulación por confirmación, que entre chicaneros se llaman ‘golpe al de junto’, ‘¿cómo te llamas?’ y ‘tres en uno’. Esto lo apunto nomás para que se vea que en todo han destacado los cuevanenses. * ”
* Lo anterior está tomado del Opúsculo cuevanense de Isidro Malagón.
1. A bordo del Zaragoza.
p. 21-22.
“En Cuévano hay algo que produce en el observador la sensación de que lo que está viendo no es acontecimiento único, sino acto ritual que se ha repetido todos los días a la misma hora desde tiempo inmemorial y se seguirá repitiendo hasta la consumación de los siglos. A las nueve y media de la mañana, por ejemplo, junto a la puerta del ‘Ventarrón’ habrá siempre un borracho dormido, en la entrada del mercado, la que vende los quesos espantará las moscas con un hilacho, en las escaleras del Banco de Cuévano, el gerente platicará con el millonario Bermejas, en la de la parroquia el señor cura tendrá coloquio con una beata con barbas apodada el Archimandrita de Pénjamo. Por Campomanes irá bajando Sebastián Montaña, rector de la Universidad, que se dirige a la Flor de Cuévano a tomar el primer café express del día. Carlitos Mendieta, el pintor más famoso de la ciudad, estará sentado en una banca del Jardín de la Constitución, dejando que un bolero le lustre los zapatos; a su lado estará el historiador Isidro Malagón, leyendo un periódico de Pedrones, El Sol de Abajo.”
2. El banquete.
p. 29.
“El edificio de la Universidad, como muchos otros de Cuévano, está lleno de pasillos y escaleras. No hay manera de dar diez pasos sin tener que bajar dos escalones, subir tres o dar la vuelta a un recodo.”
3. Del atardecer a la media noche.
p. 38-39.
“(...) Cruzamos la plaza de la Libertad, entramos por el pasaje donde venden los churros –los de Cuévano son de fama-, que comunica la bajada de Campomanes con la calle del Triunfo de Bustos y llegamos a la casa de los Espinoza. [Casa en esquina de Triunfo de Bustos y Callejón de las Tres Cruces]”
4. ¡Qué raro destino!
p. 57.
[Gloria Revirado] “No anteponía pos ni agregaba tú, a cada frase, como acostumbran hacer la mayoría de las cuevanenses –‘pos te diré, tú’-, empezando por su madre, ni abría las vocales, lo que le daba a su conversación una distinción notable –para ser
cuevanense-.”
5. Apuntes.
p. 62.
“(...) A esta costumbre de sacar libros a pasear se debe que sobre las mesas de la Flor de Cuévano hayan descansado, por turnos, Nietzsche, D’Annunzio, Alfonso Reyes, Kafka y Heidegger, entre otros.”
p. 70.
“Justine ha dejado su trabajo habitual de en las noches –su catálogo de ideas fijas cuevanenses- y está absorta en la lectura de El Sol de Abajo. ‘MACABRO HALLAZGO’, dice el encabezado. En el pueblo de Rinconada la policía desenterró os cadáveres de varias mujeres ‘que en vida fueron prostitutas’. El desentierro fue hecho en un corral de una casa que es propiedad de las hermanas Baladro, ‘tres notorias lenonas de la localidad’.”
p.85.
“DEL CATÁLOGO DE IDEAS FIJAS CUEVANENSES
A.
ARTISTAS: se mueren de hambre, no se cortan las uñas y se comunican entre sí diciéndose rimas de Bécquer.
C.
CEJAS: las de los hombres son espejo de la sexualidad. Las pobladas son indicio de un miembro viril muy desarrollado, las que se unen en el caballete reflejan un temperamento apasionado e insaciable, las que al llegar a la sien se dividen en varias hileras de pelos son en cambio signo de un carácter voluble y propenso ala depravación. Las cejas de las mujeres no son indicio de nada.
CORAJE: (...) es una de las causas más frecuentes de muerte en el Estado de Plan de Abajo; para provocarlo se recomienda llegar a pedir prestado o regresar a la casa paterna después de muchos años de extrañamiento y exigir la herencia.
CH.
CHINO: primera acepción: todo lo incomprensible está escrito en chino.
CHIRIMOYA: comer chirimoya después de hacer un coraje causa la muerte.
CHURRO: los de Cuévano son los mejores del mundo.
H.
HIMNO NACIONAL: el mexicano es el mejor del mundo, después de La Marsellesa, con la ventaja sobre ésta, de ser más marcial. Se dice ‘mexicanos al grito de guerra’, no de ‘gue-errá’, como pretenden algunos afeminados.
I.
INDIO: es mañoso y no le gusta trabajar. Es la causa fundamental de nuestro subdesarrollo.
J.
JOTO: el que en las noches se pinta los labios, se pone rizadores en el pelo y duerme en camisón transparente.
S.
SERENO: el aire nocturno que tiene virtud curativa (o nociva, como se verá después). Todo cocimiento para el reumatismo o los males del hígado, después de hervirse, se serena, es decir, se deja en un recipiente destapado toda la noche al aire libre; lo mismo ha de hacerse con las dos cervezas que debe tomarse por la mañana en ayunas el atacado de chancro blando. De lo anterior se deriva la frase ‘le faltó sereno’ aplicada a todo remedio ineficaz. La acción del sereno en las mujeres suele ser maligna y resultar en parálisis o hemiplejia. Salir al sereno sin enfriarse los ojos produce ceguera total. Segunda acepción: el velador. (De aquí que deba decirse ‘me agarró el sereno’ refiriéndose a la primera acepción y nunca ‘me cogió el sereno’).”
SOLDADO MEXICANO: es el mejor del mundo porque aguanta sin comer más que ningún otro. Está bien decir: ‘otros ejércitos han ganado batallas pero ninguno ha pasado hambres como el nuestro.’”
12. Llegaron las lluvias.
p. 120.
“(...) Decidí escribir un libro sobre las Baladro, las madrotas asesinas que habían sido juzgadas en Pedrones y condenadas a treinta y cinco años de cárcel, y con ayuda de Justine, que había seguido el caso con atención y tenía los recortes, empecé a recopliar el material necesario: las fotos de las putas, la historia de los burdeles, las declaraciones del defensor de oficio, ‘yo las defiendo porque ni modo, pero lástima que no haya pena de muerte en el Plan de Abajo, que es lo que se merecen estas viejas’, etc.”
p. 123.
“(...) el juez encargado del proceso me permitió hojear el expediente de las hermanas Baladro –una lectura llena de contradicciones a la que dediqué tres ratos libres-.”
Francisco Aldebarán, profesor de literatura
Enrique Espinoza, profesor de filosofía-Sarita, su esposa y amante de Aldebarán
Sebastián Montaña, rector de la Universidad
Carlos Mendieta, pintor
Isidro Malagón, historiador
Ricardo Pórtico, el único cuevanense civilizado
Doctor Revirado
La Rapaceja, esposa de Revirado
Gloria Revirado
Raimundo Rocafuerte
Referencias: caja metálica con tarjetas postales pornográficas, música de Percy Faith.
Introducción.
p. 9-10.
“Los habitantes de Cuévano suelen mirar a su alrededor y después concluir:
- Modestia aparte, somos la Atenas de por aquí.
Cuévano es ciudad chica, pero bien arreglada y con pretensiones. Es capital del Estado de Plan de Abajo, tiene una universidad por la que han pasado lumbreras y un teatro que cuando fue inaugurado, hace setenta años, no le pedía nada a ningún otro. Si no es cabeza de la diócesis es nomás porque durante el siglo pasado fue hervidero de liberales. Por esta razón, el obispo está en Pedrones, que es ciudad más grande.
- Los de Pedrones – dicen en Cuévano- confunden lo grandioso con lo grandote.”
“Todos están de acuerdo en que la ciudad ha visto mejores días (...).
- Esto que ve usted aquí –le dicen al visitante- no es más que un rastrojo de lo que fue.
A lo que el recién llegado debe responder:
- ¿Pero cómo rastrojo, si esta ciudad es una joya?
Si no dice algo por el estilo, corre el riesgo de ofender al anfitrión, porque la añoranza de bienes pasados que parecen tener los habitantes de Cuévano es falsa. En el fondo están satisfechos con la ciudad tal como está. Creen que no hay cielo más azul que el que se alcanza a ver recortado entre los cerros, ni aire más puro que el que sopla a veces con fuerza de vendaval, ni casas más elegantes que las que están cayéndose en el paseo de los Tepozanes.”
p.11.
“La ciudad está entre cerros, de los cuales, el más importante es el Cimarrón, que es distintivo de Cuévano. Los que nacieron allí y salen de viaje, saben, al regresar, que van acercándose a su ciudad natal al ver la cresta del Cimarrón, que se distingue desde el Plan de Abajo, a cuarenta kilómetros de distancia. Esta visión produce en los cuevanenses emociones profundas y variadas. A unos se les llenan los ojos de lágrimas, a otros el corazón les da brincos de alegría, otros, en cambio, aseguran que se les pone como puño cerrado, pero todos se vuelven lapidarios y dicen cosas como: ‘En México no soy nadie, en Cuévano, en cambio, hasta los perros me conocen.’
Pero si visto desde el Plan de Abajo el Cimarrón no es más que un cerro con cresta, aunque inconfundible, visto desde el lado opuesto, desde la presa de los Atribulados, con ojos devotos y entrecerrándolos, puede distinguirse en la cumbre, con toda claridad, la silueta yaciente del Cristo crucificado, con la corona de espinas en la punta del cerro y el pecho donde comienza el caserío.”
p. 13-15.
“ Pero dejando a un lado las minas para hablar de los cuevanenses, conviene advertir que los sabios que ha habido en Cuévano se cuentan por docenas. Los ha habido de todas clases y en todas las épocas. Unos son devotos, como el padre Carcaño, que escribió en seis tomos los Elogios de Nuestra Señora de Cuévano; poetas, como don Régulo Hernández, que inventó la combinación métrica para versificar llamada ‘la copa’, porque el poema, una vez compuesto y transcrito con cuidado, da sobre el papel el contorno del as de copas; filósofos, en su mayoría jesuitas, que fueron acumulando libros de teología hasta formar una de las bibliotecas más notables del país –cuando ocurrió la expulsión de la Compañía de Jesús, en tiempos de Carlos III, los expulsados tomaron precauciones para que la biblioteca no fuera mancillada por ignorantes, por lo que permaneció cerrada durante un siglo, al cabo del cual, los libros que no se desmoronaban al abrirse eran ininteligibles-; historiadores, como don Benjamín Padilla, autor de la más lúcida interpretación de nuestra Guerra de Independencia, interpretación que por desgracia ha quedado relegada al olvido, por no coincidir con la versión aprobada por la Secretaría de Educación Pública –don Benjamín considera que la Independencia de México se debe a un juego de salón que acabó en desastre nacional-; cronistas, como el presbítero Bóveda, a cuya pluma se deben las famosas Crónicas de Cuévano en las que se describen los sucesos más notables ocurridos en esta ciudad desde su fundación en 1540, hasta la muerte de su autor, en 1880, incluyendo episodios como la muerte de un médico, apellidado del Hoyo, que ocurrió a manos de una turba de pacientes enfurecidos.
Pero no solamente en las humanidades se han distinguido los cuevanenses, sino también en el conocimiento de las cosas materiales. (...) De entre los geólogos, el más notable es don Valentín Escobedo, que pasó sesenta años caminando por los cerros con martillito en mano. Los descubrimientos que hizo este sabio son muy notables: a él se debe el de que en la región de la Hilacha existen rastros de menonita cuarzosa, y el de que ciertos silicatos, sometidos a altas presiones y en contacto con agua carbonatada, forman las cristalizaciones en abanico conocidas en el mundo científico con el nombre de su descubridor: escobedita. Don Valentín pasó los últimos años de su vida dedicado a lo que podía haber sido su obra cumbre: el trazo de localización de lo que él llamaba ‘la Gran Veta, Madre y Maestra’, empleando un procedimiento de adivinación cuyos fundamentos se llevó a la tumba.
En el campo de las leyes la aportación de los cuevanenses es menos digna de nota. Esto se debe no a que la Universidad de Cuévano no haya producido jurisconsultos –al contrario, la ciudad está repleta de licenciados- sino a que los mejores entre ellos hicieron camino a México y no volvieron a la provincia. Uno de los pocos que siendo famosos regresaron, tiene triste memoria. Es don Pedro Alcántara, llamado también ‘la Zorra’, inventor no de leyes ni de interpretaciones notables, sino de procedimientos para evadirlas y violarlas impunemente. A él se debe la invención de los conocidos legalmente como sustitución de responsabilidades, perjuicio de homónimo y anulación por confirmación, que entre chicaneros se llaman ‘golpe al de junto’, ‘¿cómo te llamas?’ y ‘tres en uno’. Esto lo apunto nomás para que se vea que en todo han destacado los cuevanenses. * ”
* Lo anterior está tomado del Opúsculo cuevanense de Isidro Malagón.
1. A bordo del Zaragoza.
p. 21-22.
“En Cuévano hay algo que produce en el observador la sensación de que lo que está viendo no es acontecimiento único, sino acto ritual que se ha repetido todos los días a la misma hora desde tiempo inmemorial y se seguirá repitiendo hasta la consumación de los siglos. A las nueve y media de la mañana, por ejemplo, junto a la puerta del ‘Ventarrón’ habrá siempre un borracho dormido, en la entrada del mercado, la que vende los quesos espantará las moscas con un hilacho, en las escaleras del Banco de Cuévano, el gerente platicará con el millonario Bermejas, en la de la parroquia el señor cura tendrá coloquio con una beata con barbas apodada el Archimandrita de Pénjamo. Por Campomanes irá bajando Sebastián Montaña, rector de la Universidad, que se dirige a la Flor de Cuévano a tomar el primer café express del día. Carlitos Mendieta, el pintor más famoso de la ciudad, estará sentado en una banca del Jardín de la Constitución, dejando que un bolero le lustre los zapatos; a su lado estará el historiador Isidro Malagón, leyendo un periódico de Pedrones, El Sol de Abajo.”
2. El banquete.
p. 29.
“El edificio de la Universidad, como muchos otros de Cuévano, está lleno de pasillos y escaleras. No hay manera de dar diez pasos sin tener que bajar dos escalones, subir tres o dar la vuelta a un recodo.”
3. Del atardecer a la media noche.
p. 38-39.
“(...) Cruzamos la plaza de la Libertad, entramos por el pasaje donde venden los churros –los de Cuévano son de fama-, que comunica la bajada de Campomanes con la calle del Triunfo de Bustos y llegamos a la casa de los Espinoza. [Casa en esquina de Triunfo de Bustos y Callejón de las Tres Cruces]”
4. ¡Qué raro destino!
p. 57.
[Gloria Revirado] “No anteponía pos ni agregaba tú, a cada frase, como acostumbran hacer la mayoría de las cuevanenses –‘pos te diré, tú’-, empezando por su madre, ni abría las vocales, lo que le daba a su conversación una distinción notable –para ser
cuevanense-.”
5. Apuntes.
p. 62.
“(...) A esta costumbre de sacar libros a pasear se debe que sobre las mesas de la Flor de Cuévano hayan descansado, por turnos, Nietzsche, D’Annunzio, Alfonso Reyes, Kafka y Heidegger, entre otros.”
p. 70.
“Justine ha dejado su trabajo habitual de en las noches –su catálogo de ideas fijas cuevanenses- y está absorta en la lectura de El Sol de Abajo. ‘MACABRO HALLAZGO’, dice el encabezado. En el pueblo de Rinconada la policía desenterró os cadáveres de varias mujeres ‘que en vida fueron prostitutas’. El desentierro fue hecho en un corral de una casa que es propiedad de las hermanas Baladro, ‘tres notorias lenonas de la localidad’.”
p.85.
“DEL CATÁLOGO DE IDEAS FIJAS CUEVANENSES
A.
ARTISTAS: se mueren de hambre, no se cortan las uñas y se comunican entre sí diciéndose rimas de Bécquer.
C.
CEJAS: las de los hombres son espejo de la sexualidad. Las pobladas son indicio de un miembro viril muy desarrollado, las que se unen en el caballete reflejan un temperamento apasionado e insaciable, las que al llegar a la sien se dividen en varias hileras de pelos son en cambio signo de un carácter voluble y propenso ala depravación. Las cejas de las mujeres no son indicio de nada.
CORAJE: (...) es una de las causas más frecuentes de muerte en el Estado de Plan de Abajo; para provocarlo se recomienda llegar a pedir prestado o regresar a la casa paterna después de muchos años de extrañamiento y exigir la herencia.
CH.
CHINO: primera acepción: todo lo incomprensible está escrito en chino.
CHIRIMOYA: comer chirimoya después de hacer un coraje causa la muerte.
CHURRO: los de Cuévano son los mejores del mundo.
H.
HIMNO NACIONAL: el mexicano es el mejor del mundo, después de La Marsellesa, con la ventaja sobre ésta, de ser más marcial. Se dice ‘mexicanos al grito de guerra’, no de ‘gue-errá’, como pretenden algunos afeminados.
I.
INDIO: es mañoso y no le gusta trabajar. Es la causa fundamental de nuestro subdesarrollo.
J.
JOTO: el que en las noches se pinta los labios, se pone rizadores en el pelo y duerme en camisón transparente.
S.
SERENO: el aire nocturno que tiene virtud curativa (o nociva, como se verá después). Todo cocimiento para el reumatismo o los males del hígado, después de hervirse, se serena, es decir, se deja en un recipiente destapado toda la noche al aire libre; lo mismo ha de hacerse con las dos cervezas que debe tomarse por la mañana en ayunas el atacado de chancro blando. De lo anterior se deriva la frase ‘le faltó sereno’ aplicada a todo remedio ineficaz. La acción del sereno en las mujeres suele ser maligna y resultar en parálisis o hemiplejia. Salir al sereno sin enfriarse los ojos produce ceguera total. Segunda acepción: el velador. (De aquí que deba decirse ‘me agarró el sereno’ refiriéndose a la primera acepción y nunca ‘me cogió el sereno’).”
SOLDADO MEXICANO: es el mejor del mundo porque aguanta sin comer más que ningún otro. Está bien decir: ‘otros ejércitos han ganado batallas pero ninguno ha pasado hambres como el nuestro.’”
12. Llegaron las lluvias.
p. 120.
“(...) Decidí escribir un libro sobre las Baladro, las madrotas asesinas que habían sido juzgadas en Pedrones y condenadas a treinta y cinco años de cárcel, y con ayuda de Justine, que había seguido el caso con atención y tenía los recortes, empecé a recopliar el material necesario: las fotos de las putas, la historia de los burdeles, las declaraciones del defensor de oficio, ‘yo las defiendo porque ni modo, pero lástima que no haya pena de muerte en el Plan de Abajo, que es lo que se merecen estas viejas’, etc.”
p. 123.
“(...) el juez encargado del proceso me permitió hojear el expediente de las hermanas Baladro –una lectura llena de contradicciones a la que dediqué tres ratos libres-.”
3 comentarios:
Ver película.
Me parece un excelente libro con una historia muy propia de Ibargüengoitia, desde hace unos meses estoy tratando de conseguir la película sin ningun resultado satisfactorio. Muy buena recopilación, solo faltó cuando llega el doctor Rivarolo y salta del tren con "agilidad"... Saludos.
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